¿ES UN ESCRITOR QUIEN UTILIZA UNA IA?

«No intento describir el futuro, trato de prevenirlo».

— Ray Bradbury.

La revolución de la IA ya está instalándose. No necesariamente una rebelión de las máquinas, como han especulado muchas novelas y películas de anticipación, aunque resulta impredecible el curso del futuro tal como están echados los dados hoy sobre el tablero. Pero, mediando o no el apocalipsis robótico, es muy posible que estemos en los albores (en un amanecer vertiginoso) de una revolución semejante a la industrial o a la de la aparición de la imprenta, con sus aciertos y sinsabores, y más sinsabores que aciertos hay que añadir, aunque eso lo dejaremos para una reflexión aparte. La IA va a cambiar la forma en que nos situamos en el mundo en casi todas las facetas de nuestra vida cotidiana. Va a “simplificar los procesos de producción” (lo que en buen chileno no significa otra cosa que causar desempleos masivos) y va a volver obsoletas muchas de las actividades que necesitan la aplicación del intelecto humano. Ya no se trata de que deban o no hacerlo (he visto por ahí débiles pataletas de ilustradores poniendo el sello “No a la IA”), se trata de que ya lo han hecho y seguirán haciéndolo. Y los escritores, para bien o para mal, no estamos al margen de dicho proceso.

Adaptarse o morir ha sido la premisa de algunos. No son pocos los escritores que han echado mano a estos programas para crear sus novelas. Es válido. E inteligente, además. Pero, por sobre todo, resulta tentador. La solitaria idea que germina en nuestras mentes, que crece, que forma redes con otras imágenes cautivando nuestra cotidianidad y generando recuerdos de vidas que solo existen en nuestra cabeza, puede tardar meses, si acaso no años, en moldearse sobre la hoja en blanco y cobrar vida fuera de nosotros solo para que nos demos cuenta de que todo es una bazofia que requiere semanas de corrección, sin contar los silencios de frustración antes de aceptar que ante nosotros tenemos un mármol mal tallado, un engendro informe y exigente que demandará trabajo si se lo quiere transformar en una escultura medianamente aceptable. Todo ese proceso, lúdico a veces, sensual otras, tedioso las que más aunque siempre apasionante, hoy se reduce a unas pocas semanas de edición ya que la IA puede escribir el grueso de una obra en minutos. Con las indicaciones adecuadas, hasta es posible que requiera pocas correcciones. Por ahora el resultado es bastante rudimentario y sí requiere el pulido de un humano de carne y hueso para no tener incoherencias, pero, admitámoslo, el asunto se perfeccionará de aquí a unos pocos años. Qué digo años, tal vez meses. Hasta es posible que en el futuro el autor ni siquiera necesite teclear sus ideas: la IA las obtendrá directamente de su cerebro.

No es algo que pueda sernos indiferente.

Me viene a la mente el caso de cierto editor italiano que, viendo como los libros manuscritos eran desplazados por los impresos, comenzó a encuadernar sus ediciones copiando exactamente el estilo de los libros impresos, pero escritos con pulcra caligrafía. Un intento poético, sin duda, quijotesco, porfiado, pero triste al fin y al cabo. Ya sabemos qué estilo se impuso.

La IA supondrá para nosotros los escritores algo parecido. No son pocos los autores que han presumido que publican un libro a la semana en sitios de venta masiva como Amazon.

¡Un libro a la semana!

No es muy distinto de la fabricación en serie.

Frente a ese escenario (que, a riesgo de parecer una mente anquilosada en el pasado, diré que me parece terrible), cabe preguntarse: ¿es realmente un escritor quien se valga de tal método? ¿O estamos simplemente ante un generador de ideas cuya escritura encarga a un tercero y que, tras unas correcciones, firma como propia? No es muy diferente de lo que sucede actualmente con los escritores fantasma, pero genera algunos interesantes cuestionamientos desde el punto de vista del derecho de autor. ¿A quién pertenecen los derechos de creación literaria? ¿A quien los de aprovechamiento económico? Puede que la IA no sea una persona propiamente dicha, si se alega que los derechos solo son inherentes a las personas, pero por cierto que la empresa que ofrece dicho servicio sí lo es. ¿Debe el “autor intelectual”, por llamarlo de algún modo, compartir derechos con quien, en la práctica, realmente escribió su libro? ¿Y cómo se dividirán la ganancia que se obtenga de un libro así escrito? ¿Qué porcentaje será más importante, el de quien creo la idea o el de quien la ejecutó? Cuando las empresas que crean estos productos se den cuenta, no tardarán en explotarlo.

Pero dejemos que los muertos entierren a sus muertos. Quienes recurran a ese artilugio para escribir sus obras de seguro no compartirán mis impresiones, alegarán que simplemente se trata de una herramienta más, como el corrector ortográfico de Word, que les permite cumplir sus sueños de transformarse en escritores. Está bien. Lo dije al principio: es válido. Si te sientes autor permitiendo que otro escriba por ti, es asunto tuyo. No necesitas convencerme a mí, sino a ti mismo. Y a ese ritmo venderás mucho más que yo, quien a cambio de la lentitud, o tal vez como consecuencia de ella, disfrutaré del proceso. Sin embargo, los autores que escriban con IA nos ponen a los que no en un dilema: si el mercado ya está saturado, lo estará aún más.

Y ni les digo qué sucederá cuando las propias IA sean capaces de generar contenidos, sin mediar la intervención de la creatividad humana.

Entre antes aceptemos que es inevitable, más tiempo tendremos para reaccionar. No debemos desesperarnos ni correr en círculos. La solución está (literalmente) al alcance de nuestras manos (o de nuestros dedos, si usted prefiere): debemos distinguirnos como escritores. Preguntarnos qué valor añadido le damos a lo que escribimos, cómo podemos diferenciarnos de lo que hace una IA. Es como lo que les sucedió a los pintores impresionistas: la Academia se acercaba cada vez más a la perfección hiperrealista en sus retratos a mediados del siglo XIX cuando surgió la fotografía y los dejó obsoletos de un plumazo. ¿La respuesta de Monet & Cía.? Renegar de la Academia para dar una nueva y original mirada al tratamiento del color. Algo parecido debemos ofrecer nosotros: una mirada única, distintiva. Humana, en definitiva, tal como las situaciones y personajes que pretendemos plasmar en nuestros escritos.

La IA tiene la ventaja de que puede hacerlo más rápido.

Nosotros, en consecuencia, tenemos la responsabilidad de hacerlo mejor.

LEÓN DE MONTECRISTO

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