EL TRATAMIENTO DE LOS PERSONAJES

«Cada cosa tiene su belleza, pero no todos pueden verla».
— Confucio.

Hace poco (y digo poco en relación a mi capacidad real de actualizar mi sitio Web, así que tres semanas pueden considerarse un pestañeo), publiqué un artículo sobre los escritores que usan IA y si deberían llamarse tales, y en él deslicé la necesidad de distinguirnos como autores, de aportar algo que al lector le parezca único, auténtico, humano en contraposición a la creación que pueda manar de una IA, y en esta línea me parece que hablar del adecuado tratamiento de los personajes es fundamental.
Recuerdo que en una ocasión, hace muchos años, le escuché decir a una prima (tengo muchas, mi familia es grande así que su anonimato está garantizado), que prefería a la antagonista antes que la protagonista de una serie que daban en televisión en esa época. Yo no podía entenderlo (mi inclinación natural solía ser hacia la Mary Sue o el Gary Stu de turno, era pequeño), pero había razonables motivos para que así fuera. Consideremos en primer lugar la tendencia de retratar a los malos (ya sea el antagonista o sus peones) como hispanos o latinos. Es tan evidente incluso hoy, pese a la inclusión forzada, que no necesito explayarme sobre el tema. Era natural que mi prima se sintiera identificada con la antagonista, al menos en cuanto a rasgos físicos. Pero además sus aspiraciones eran muy humanas, hacía lo imposible por poner trabas en la vida de la protagonista a fin de alcanzar sus propias metas, para acallar sus frustraciones, para dejar de envidiar los sueños cumplidos de otros. Dicho de otra forma: ella era un personaje complejo, mientras que la única gracia de la protagonista era ser bella, darse de besos con el galán de moda (hasta en eso la antagonista lo hacía mejor pues cuando se lo arrebataba a la protagonista, cerca de la mitad de la trama, se lo llevaba directo a tener sexo), y sufrir toda la bendita serie hasta que las cosas se arreglaban mágicamente para ella, a veces sin ningún criterio de verosimilitud.
Mirándolo en perspectiva, debo decir que mi prima eligió bien ese día.
Y el motivo principal es que durante mucho tiempo hemos preferido identificarnos con los personajes que representan nuestros ideales, lo que nos gustaría ser de acuerdo con los cánones impuestos desde, al menos, el Renacimiento, y no con aquellos que reflejan nuestra propia humanidad. Eso puede bastarnos cuando somos pequeños o jóvenes, cuando de un modo u otro todo lo que hacemos tiene por fin encontrar un lugar entre nuestros pares, encajar en el mundo, y qué mejor que cumplir con los estándares de belleza para hacerlo, pero es insuficiente para el lector adulto o el avezado.
Un personaje puede ser muy profundo en su sencillez, si es descrito con maestría, pero la mayor parte del tiempo los personajes que no reflejan una riqueza interior suelen ser planos y aburridos.
Y eso es responsabilidad directa de su creador, el escritor.
Un personaje debe ir más allá del estereotipo. No basta con cumplir el tropo. Son útiles, sí, nos sirven para resumir eficientemente una descripción y dar agilidad a una obra, para que el lector se sienta avanzando por caminos conocidos y queridos antes de adentrarlo en la oscuridad. Esto es un dragón. Esto, un mago. Una sirena la que se sumergió, sacudiendo la cola y dibujando perlas blancas sobre el mar. Ni siquiera necesito describir estos seres para que se haga una idea de qué hablo.
La descripción es para convencer al lector de que asiste a una lectura diferente, que no está leyendo por centésima vez el mismo relato.
Estoy convencido de que el tratamiento único y particular que demos a cada uno de nuestros personajes hará que los lectores identifiquen nuestra pluma, que la distingan de otros autores y de las creaciones realizadas a través de una IA. Y si, además de distinguirla, pueden recordarla, recomendarla a otros, degustarla en el agridulce momento en que se pasa la última página, o volver a ella mediante una relectura, yo, al menos, sabré que he triunfado como escritor.
Siempre se dice (no lo digo yo) que las mejores obras son las que presentan personajes memorables. El problema es que damos por sentado que los de nuestros libros lo son. ¡Oh, sí! No conozco escritor que no afirme que sus personajes son inolvidables, probablemente por que para nosotros lo sean, por muy pobre que sea ante ojos que no sean los propios. Yo sondeo con mi lectora beta que sea así.
Sería imprudente de mi parte, y arrogante hasta el mal gusto, decirle a otros autores qué deben hacer. No es el propósito de este artículo. Por lo demás, Internet está saturada de cursos sobre cómo escribir mejor. Lo único que puedo compartir es lo que yo mismo he hecho al respecto, por esa necesidad intrínseca que tenemos todos los autores de entregar un libro digno de recordarse, de ser inmortal aunque sea unos segundos, y ya mis lectores en el futuro juzgarán si bien o mal.
Lo primero que hice fue bajar la tensión. Tal como suena. El libro saldrá cuando tenga que salir y tendrá ni más ni menos que las páginas que deba tener. A veces uno quiere llegar a una escena en particular y para ello sacrifica todo, pasando superficialmente por personajes y acontecimientos. O uno está impaciente por terminar y presentar su engendro al mundo. A tu primer lector (lectora en mi caso), al editor, a los lectores que se arrancarán los ojos antes de permitir que tu libro recién llegado a la vitrina se lo lleve otro. Dedicar tiempo de calidad a escribir cuidando el párrafo, cuidando la frase incluso, ayuda a ser preciso, implacable en el uso de las palabras, y de eso indudablemente sale delineado un mejor personaje.
Lo segundo, retomé el hábito lector al buen ritmo de mis años universitarios. En otra ocasión les puedo contar sobre por qué para mí es importante la lectura, ojalá fuera de nuestra zona de confort: aprendí de los maestros que ya conocía, pero con otros ojos, y de nuevos escritores que me atreví a descubrir. Me di cuenta de que también tienen fallos, de que no son inalcanzables. De que los recursos literarios en sus manos son mucho más de lo que nos enseñaban en la escuela. Son la firma, el sello de cada autor. Y la lectura, además, nos ayuda a desarrollar un espíritu crítico que podemos (y debemos) aplicar a nuestros escritos.
¿Qué tiene que ver eso con la creación de personajes complejos?
Toma tiempo perfilar un personaje, tal como sucede al conocer a una persona de carne y hueso. Se avanza por capas, indagando en su pasado, en sus motivaciones, sueños y temores. Uno debe escuchar lo que tiene para decirnos, permitir que sus diálogos y elecciones se condigan con lo que previamente nos ha mostrado, no interponer la voz propia. Cada uno tiene un tono, una forma de ver el mundo, de moverse en él y eso no se descubre escribiendo a toda máquina, a no ser que seas muy hábil. Sí, el personaje crecerá a medida que brote de tus dedos, igual que un universo se despliega a medida que se va creando, pero su esencia debería ser clara para el autor antes incluso de empezar a escribirla. Y sus detalles terminarán de esculpirse durante la poda que supone la revisión del texto. Desde el punto de vista literario, tal como en la creación de un mundo secundario, no es relevante todo sobre un personaje, sino solo aquello que nos conecte con él a un nivel íntimo, sin reducirlo al mero papel de ser un propulsor de la trama por interesante que esta sea.
En cuanto a la necesidad de leer, y mucho, esta salta a la vista. Tomemos, por ejemplo, a un mago. Más o menos desde el siglo XII, con la proliferación de las sagas artúricas, disponemos de un modelo de mago cuyo arquetipo surge a partir del legendario Merlín, pero que se alimenta de la imagen de la ancianidad, de los profetas hebreos y los druidas celtas, y responde a una idea primaria mucho más antigua. Túnica, bastón, barba larga y blanca, podemos reconocerlo actualmente en Galdalf y en Dumbledore, aludiendo a la figura del mentor, del padre, del Anciano de Días. Siéntenlo sobre un trono alto y obtendrá al dios del rayo y del trueno en todas sus formas, desde Zeus hasta Marduk. De ahí sus habilidades sobrenaturales, al punto de parecer todopoderosos. Pero son humanos. Y es esa humanidad la que debemos destacar. Si uno de ellos tiene un pasado. Algo tan manido como un viejo amor o un padre cuyo recuerdo resulta un tormento. Si vivió en el desierto, o en una estepa fría y desolada. Si es vanidoso para vestir, prefiriendo la seda y el color a la túnica gris y raída, mezcla de montañés y de pastor pobre, a la que están condenados a utilizar los hechiceros tradicionales. Si fue un genio cuando chico. O un asesino de niños. Las opciones para hacer de un mago alguien único son tan infinitas como las combinaciones escogidas para darle vida, partiendo por una buena visita a la barbería. Son otros tiempos los nuestros. Todo ayuda, y si se quiere apegar a la imagen clásica, por cariño, por flojera, o porque siempre lo imaginó así, entonces se debería ahondar en los aspectos sicológicos que lo hacen distinto de su arquetipo. Pero, ante todo, se lo debe conocer y para hacerlo la lectura es esencial: «Cuanto más se lee, menos se imita» (Jules Renard).
En un próximo artículo, me referiré a la importancia de que este cuidado al crear personajes no solo afecte al protagonista y a los personajes principales. Uno de mis baluartes al escribir es la convicción de que un buen libro descansa sobre varios pilares, y entre los más importantes están los personajes secundarios.
LEÓN DE MONTECRISTO
#TratamientoDeLosPersonajes #PersonajesComplejos #Literatura #LeonDeMontecristo #CreaciónDePersonajes